Muy interesante el artículo de Miguel Martínez Tomey, Secretario de relaciones internacionales de CHA, publicado el sábado en el Heraldo y hoy en el Diario del Altoaragón. Os invitamos a leerlo:
Los Alpes reabren el Canfranc
El Mont Dolent es, en los Alpes, algo así como nuestra Mesa de los Tres Reyes, la montaña en donde confluyen las fronteras de tres países ancestrales: los saboyanos (francés e italiano, respectivamente) valles de Chamonix y Aosta y el suizo cantón de Valais.
El pasado 26 de noviembre se reunieron a sus faldas sus representantes políticos, asociaciones, expertos en cultura, transportes y desarrollo sostenible de la zona, para hablar del presente y futuro de su amenazada lengua autóctona (el francoprovenzal o arpitan) y los problemas de comunicaciones transalpinas. ¡Qué similares sus inquietudes a las de tantos aragoneses, bearneses y bigordanos!
A quien suscribe le correspondió, por un lado, la tarea y el honor de representar en ese foro a la Alianza Libre Europea (el partido europeo dentro del que trabaja Chunta Aragonesista en las instituciones de la UE) y, por otro, el aportar una visión aragonesa y pirenaica a la cuestión de las comunicaciones a través de la alta montaña. En estas líneas me centraré en esta segunda experiencia.
La gran preocupación de la población alpina es, en este momento, poner en marcha un esquema de transportes que reduzca el elevado tránsito de camiones por túneles, carreteras y autovías, potenciar el uso del ferrocarril y facilitar los intercambios de corta distancia, para dar servicio a las comunidades locales, permeabilizando las fronteras (administrativas y mentales), fomentando el turismo del paisaje, la cultura y el medio ambiente y reduciendo así la contaminación y los costes cada vez mayores del transporte, mejorando la calidad de vida de la población, preservando el paisaje y el medio ambiente y asegurando el desarrollo competitivo, equilibrado y de calidad de su población. ¿Les suena?
Era imposible no verse identificado con nuestras aspiraciones a conseguir un transporte sostenible para la montaña, reequilibradora de los territorios y que compatibilizase las conexiones locales y regionales con los grandes ejes europeos de transporte.
Pero, había una gran diferencia: ellos parten de un “exceso de infaestructura” –al menos, carretera-, repartida regularmente por los principales pasos a lo largo de toda la cordillera, mientras que nosotros lo hacemos desde una casi absoluta carencia de las mismas, con la excepción de los pasos litorales, colapsados en la carretera y mal usados los ferroviarios.
Y eso que el volumen de mercancías y personas que atraviesan ambas cadenas por tierra es casi el mismo, pero el contraste está a la vista: el Pirineo central languidece demográfica y económicamente, mantiene precariamente sus ecosistemas ligados a una ganadería en retroceso, pierde su cultura y su lengua autóctona y, a pesar de ello, nada le libra de la presión desaforada del ladrillo. Nada que ver con los Alpes.
Al explicarles la apuesta de Aragón por sus ferrocarriles, se sorprenden de nuestro absurdo orden de prioridades: no se acomete la reapertura de la infraestructura existente del Canfranc, que vale 400 millones, se clama con ardor por otra, la TCP, de 9.000 millones, pero lo que se obtiene del Estado español es descartar también esta última para apostar por los pasos de siempre a un coste de 160.000 millones. “¿Están locos sus gobernantes?”, me llegaron a espetar. “Reabran su ferrocarril y habrán dado el primero y el mejor de los pasos. ¡Es lo que haríamos nosotros!”
Traté de explicar algo sobre nuestros dirigentes, pero no pude: su estupor alpino y mi sonrojo pirenaico me dejaron sin palabras.